EL HOMBRE QUE ACABABA DE ESCRIBIR EL BORRADOR DEFINITIVO DE SU OBRA MAESTRA (2013)



El hombre que acababa de escribir el borrador definitivo de su obra maestra, bajó a la calle a respirar y actualizar las recetas de lo suyo, pero mientras andaba, notó que ciertas personas se le quedaban mirando. No demasiado tiempo, pero sí más de lo normal. Un segundo más de lo normal, aunque sin parar realmente de hacer sus cosas. Era sólo eso, un momento más de cara de persona al cruzarse. Pero lo había notado desde que había salido de su casa, la buhardilla de un edificio centenario en el centro de una calle menor que daba a una calle de renombre que cruzaba, en esa misma manzana, con una de las arterias comerciales por la que se llegaba al centro. Desde allí al lugar en el que está parado ahora, justo delante del cristal de un escaparate, había contado 17 personas. Personas arracimadas en grupos de tres o cuatro personas, donde más de la mitad de ellas tenía el móvil en la mano. La hora del desayuno de las oficinas en pleno mes de julio. En algunos casos, al cruzarse con algún grupo de personas, había notado que algunos de esos circulitos de los objetivos de las cámaras en el lomo de los móviles, apuntaban hacia él, aunque enseguida se convencía que seguro estarían haciendo cualquier otra cosa. Sobre todo hablar. Hablar con personas al borde de otra pantallita. No podía ser que alguien le hubiese reconocido. Por ahora, porque todo eso iba a cambiar en unos meses. Eso era lo que iba a pasar. A lo sumo en un año. Iba a cambiar todo. Lo había
planeado con su agente. Todavía era pronto, aunque seguía comprobando cómo esas personas se quedaban en su cara un segundo más de lo normal cuando las cruzaba por la acera o en el paso de cebra esta mañana. Personas dentro de los grupos de personas y personas que iban solas, siempre con algo colgado del hombre o algo entre las manos. La pregunta era ¿qué pasaba?, pero venía con un huesecillo dentro donde decía ¿me habrán reconocido? Porque la verdad era que desde que, convencido por su agente y después de mucho bregar, había empezado a subir fotos de su cara al blog, en el que hasta ahorasólo había colgado sus palabras, el ratio de visitas había subido. Era la hora del café y el vasito de agua, la tosta de pan con tomate y aceite, la cocacola zero y el cigarrito. Y todas esas personas salían de las oficinas para hablar con sus novios mientras despellejaban, con la persona de al lado, al imbécil del jefe y sus putos planes de mejora, leían el diario gratuito y a la vez actualizaban el estado en FB y lo linkaban al twitter. Mientras se toca la barbilla en el reflejo del escaparate, el hombre piensa en que sólo siendo máquinas son capaces de hacer todo eso las personas. Arranca a andar porque también piensa que tiene que pasarse por casa de su agente, porque, como el capullo trabaja en el turno de noche de una obra, hasta bien entrada la tarde, no va a conectar el maldito teléfono.