EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MÁQUINAS



MÁQUINA 1

Vi una enorme cabeza de tigre cortada e inserta en una máquina de empujar que estaba inserta en una máquina de acarrear. Y la cabeza de tigre soñaba todavía con los altos pastos de su tierra, y con aquellos seres que, provistos de unas largas sábanas, lo cercaban, corriendo a voces a través de los altos, verdes pastos, como pequeñas máquinas de definir






MÍRAME LA BOCA MIENTRAS HABLO
(MÁQUINA 2)

Porque hay un yacaré bajo el espejo del agua al que acercas los belfos pa beber, en esas tardes lentas en que te paras a abrevar y te quedas, todo rostro, dormido 6 segundos frente a lo inmóvil del agua. Hay un yacaré debajo y ahora ya lo sabes. Por eso, siempre que mires al espejo, vas a pensar: cuidado con el yacaré que espera abajo del río. También sé que te irás a buscar “yacaré” al diccionario, si encima eres tan zote de no saber, a estas alturas, qué es aquello que te va a esperar, ahora, cada vez que te mires en el espejo de la habitación, del ascensor, del baño, y recuerdes “cuidado con el yacaré”, porque esa es la magia de la Literatura






REZO DEL IMPOSTOR (MÁQUINA 3)

No. Lo primero al despertar. No de la mente sobre el cuerpo. No del cuerpo. Un segundo después, la canción de la alarma-despertador del móvil. No. Ni el día ni la noche. La persiana. La corbata y la camisa despacio, para evitar el ruido del metal de las perchas. Perchas de tintorería. No. Gráficos de Excel en tu cabeza. Gráficos con datos que mienten y que no sabes usar y que dirán lo que digas. No. Todo está mal hecho. Todo lo has hecho tú. Eres torpe y no te va a dar tiempo. No de la mente sobre el cuerpo y por tanto no del cuerpo. Los zapatos y los calcetines a oscuras. La plancha a tientas, ya en la otra habitación. Huele a orín de gato sobre arena seca. La habitación del escritor es la habitación del orín del gato que usas todos los días para coger la plancha. No. Vuelves a hacer ruido con la tabla. ¿Desde cuándo lleva el alplazolam dando vueltas como un hueso de aceituna en la boca? Amargo Despertar: así se llamará tu próxima novela. Adentro. Mejor así: Adentro (amargo despertar). Tu próxima primera novela. Claro que sí, machote. Campeón. Corres con 3 zancadas al baño. Medio vomitas en la pila del lavabo. Una mezcla de saliva y pequeños cuajos negro-verdes se deslizan lentamente sobre la porcelana blanca hacia el sumidero. Círculo troquelado de círculos que filtran lo que cae por la cañería del desagüe. Círculos, cilindros, círculos. ¿Eres capaz de subir la cabeza pensando que son cuerdas y poleas y torres de liliputienses las que tiran desde detrás, elevando tu busto hasta ponerlo frente al espejo encima del lavabo? Por fin: buenos días. Nos van a acabar pillando.






EL CÓNSUL ROMANO (MÁQUINA 4)

El cónsul romano cenó frugalmente aquella noche. Apenas medio pez del que ni distinguió la raza, vino aguado y pan ácimo. Aún así, soñó de nuevo con una gran cabeza de expresión triste y comprensiva, hermosa a pesar de las marcas vivas de los castigos que le habían y le eran en el sueño infligidos. Sangre, escoria y baba que no mitigaban su hermosura, por el contrario, la hacían más atractiva, como una miel de verdad para una mosca mundana. Y todo eso, a pesar de llevar enroscado por medio de una extraña zarza, un artilugio de cuero que conectaba a través de huecos conductos como arterias a una precisa máquina de embutir, que a través de unos pliegues que respiraban como las agallas de un animal marino, conectaban a su vez con una productiva máquina de palabrear que era alimentada constantemente a través de un embudo en el que una multitud de cuerpos humanos sin atributos sexuales ni distinciones físicas o gestuales, vertían de una forma extremadamente eficiente y ordenada pero extrañamente ansiosa, un tipo de material que el cónsul romano tampoco esta vez llegó a identificar.






LA IDEA FINAL (MÁQUINA 5)

Escribiendo uno de esos textos sonoros sobre la idea de que el final del mundo sería reventar el mundo dentro de cada uno de nuestros cerebros y quedarse después la raza entera como vegetales tendidos a lo largo y ancho del puto mundo, sanos pero sin percepción, en el sentido más profundo de Dormidos, a expensas de los animales. Te das cuenta que, en la gran mayoría de los casos, seríamos comida para mascotas y/o pienso para rebaños o piaras. Corriges: no es la gran mayoría de los casos, sino en el tuyo. Y dos: se te olvidaron los pájaros y las ratas.






TRES HOMBRES EN UNA HABITACIÓN  (MÁQUINA 6)

Hay tres hombres en una habitación de hotel cuya decoración se acomoda a las necesidades narrativas de la posibilidad de cada lectura. Cada uno de los hombres sabe que está allí para que muera uno de los tres. Uno de ellos siempre miente. Otro es incapaz de mentir. Otro de ellos sabe cuál de los tres tiene que morir. Cada uno sabe que los otros dos no saben lo que él sabe. Y cada uno sabe, a su vez, que cada uno de los otros sabe algo que él no sabe y que no podrá saber jamás. Hablan y hablan, demostrando, cada uno a su modo, gran desenvoltura, igual que tres escorpiones que, estando encerrados en un terrario, diesen la impresión al observador de esperar que alguno de los otros dos se duerma. El desarrollo de todo se acomoda a las necesidades narrativas y a la posibilidad de cada lectura. Uno de los hombres acaba muriendo, y los otros dos miran de frente a cada lectura y abren mucho la boca y los ojos.






MENONEME (MÁQUINA 7)

Lo he visto como si fuese el cameraman de la filmación de aquella vez. Un pasillo con tres salidas: el teléfono verde donde la flaca chalada esperaba tu voz. La habitación de hospital donde al mejor y más puro de tus amigos se le comían los nervios de los brazos unos demonios psicosomáticos que él decía que le andaban por dentro de la piel. Y la puerta de doble hoja de cristal corredera que llevaba a una calle atestada de coches y árboles raquíticos dentro de cestos cubiculares y feos, de hormigón. Lo más curioso era que en el sueño no elegías lo que elegiste aquella vez. En lugar de eso, acababas llamando por teléfono, y acababas conmigo y siendo un padre fabuloso en una casa pequeña al lado de la playa de Los Muertos. Tenías un podenco negro al que llamabas igual que a tu amigo. Qué cosas.






RÍO DE LECTURA (MÁQUINA 8)

Una sensación de disfrute te recorría el cuerpo, un hambre pacífica que no habías vuelto a sentir desde hacía años. A lo mejor no la habías sentido nunca. Estabas leyendo sin pensar en otra cosa. Sin percatarte de nada más que la lectura. Sin prestar atención a los pequeños ruidos o a los cambios de luz. Sólo leías y disfrutabas de esa especie de río que te inundaba y arrastraba a la vez. Entonces, sentiste cómo el sonido de una llave se introdujo en el sonido de la cerradura y, después de girar dos veces, abrió la puerta que daba a la calle. Sentiste cómo se cerró, cómo la llave se introdujo en la cerradura y, girando dos veces, accionó los cierres de seguridad. Seguiste leyendo. No tenías gana de pensar por qué pasaba todo esto y era mucho más agradable esta sensación de tragar por cada uno de los poros de tu cabeza el río de la lectura que pensar en que desde que había muerto tu mujer, nadie entraba ni salía de esta casa.






METACHISTE PARA USUARIOS VIDENTES DEL METRO DE MADRID (MÁQUINA 9)

Hermanos en el silencio de los gases desprendidos con mayor o menor disimulo, mezclados con colonias y ruiditos de Smartphone, hojas de presa gratuita, libros enormes “de bolsillo”, portátiles que reinician, tablets llenas de polvo o a saber tú qué, hojas deshuesadas de apuntes que siempre acaban cayendo al suelo, legañas y pinceles de ojos en el precipicio de la marcha inconstante del vagón articulado…. Hermanos en fin, que me rodeáis cada mañana en el interior de uno de nuestros grandes y necesarios y útiles y socialmente sostenibles gusanos mecánicos con que atravesamos la entraña de esta ciudad, ciudad, por otro parte, de la que todos nosotros, conciudadanos del subsuelo y el preferible silencio sin pantallas ni parejas – de, con o sin móvil – como digo, hermanos, en fin, que nosotros sabemos que un día todo se vendrá abajo en esta ciudad hueca, porque si bajamos más tramos de escaleras mecánicas puede ser que demos con el paraíso que dicen que hay en el centro hueco de la Tierra. A vosotros yo os digo esto, que no le puedo explicar a mi mujer ni a mi familia porque todos son conductores de esos que tienen el metro metido dentro de un recuerdo que suele parecerse bastante a esos caramelos asquerosos de café que me daban de niño los viejos. A vosotros, hermanos desconocidos de nombre y de historia, pero hermanos dentro del gusano, yo os digo que también me entretengo leyendo estas cosas:


PUBLICIDAD METRO DE MADRID:
“TU NUDO A UN METRO DE TI.”
“TU ODIO A UN METRO DE TI”







ANNA Y LA PIEDRA BLANDA DE GÜY  (MÁQUINA 10)

Sueño que una piedra blanda me aplasta y me absorbe. Despierto y con los ojos abiertos en lo negro, intento incorporarme, pero no puedo. Siento la presión de un cuerpo en cuclillas sobre mi. No deben ser más que los kilos de un niño o un yonki o un corredor de marathon, pero parece aplastarme cada poro de la piel que me recubre, hundiéndome en el colchón, cada vez más sudado. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad del cuarto cerrado, le pido al horla que por favor se me baje de encima y vuelva a las páginas del libro de Guy. Que son ya tres años de estar encima de la mesilla, entre la lámpara de Ikea y la foto de mi querida Anna. Una por una, le repito los argumentos por los que es necesario que se me quite de encima:

            Primero: Nada de lo que te nutría como jalea de mi está ya en mi. Ya sabes dónde está. En el hueco de Anna

            Segundo: Lo que queda en mi es lo que hace que salga por la tarde a pintarme la cara y ponerme los ridículos zapatones con olor a meado de camello. Además, todavía tengo que arreglar los papeles porque si no no nos pasan la pensión por lo de Anna y con lo que saco en el circo de mierda éste, se acabó lo de un piso para nosotros solos

            Tercero: Lo que queda en el hueco de Anna se puede sorber con la lengua de un horla común como tú sin necesidad de andar ensuciando la habitación y asustando a la chacha que ya me ha dicho que va traer una amiga suya santera. Y el día que eso pase, a ver qué hacemos.

            Y por si fuera poco, sabes perfectamente que por las noches puedes ocupar el hueco de Anna en la cama. Oler con tu olfato refinado los restos de su cuerpo, posar tu lengua sedienta en la almohada que mordía mientras lloraba. Mientras llorábamos los dos por tu culpa.

            Oh ma petite et douce Anna! oh ma douce et petite Anna! oh mon blanche et nutritive Anna! – repite el condenado monstrenco encima mío, con sus ojos amarillos ya completamente visibles para mis ojos verdes en la oscuridad sofocante y falsa del cuarto.

         …où es-tu ? je peux sentir ton corps et tes larmes mais je ne te trouve pas. Et ce houblon est un croûton. Il sait comme un croûton

El jodido monstruo huesudo al final se baja y se mete con desgana en el libro encima de la mesilla. Como siempre, no he entendido nada de lo que ha dicho, ya que ni el francés ni el tono de su asquerosa y susurrante voz son de mi agrado. Y por lo que he podido comprobar, él, de español, no tiene ni puta idea.






ERA ESTO (MÁQUINA 11)


Así que era esto (se dijo en algún momento) como sentirse una máquina sin entidad física pero plenamente consciente de estar sepultada. Así que era esto (se dijo en algún momento) todo en el negro absoluto, tanto en sustancia como en metáfora. Total consciencia y funcionamiento como una máquina de pensar sin el alambre del tiempo que es consciente de que algo está encerrado, de que ella está encerrada. Pensar sin equilibrio en la total oscuridad sin olvidar eso (se dijo en algún momento). No sentir nada. No percibir nada. Nada de nada mas que esta absoluta oscuridad y esta sensación como de máquina que no ha conocido nunca el tiempo. Así que era esto. Se dijo en algún momento. Una máquina en la total oscuridad sin entidad física. Mira que les dije que me quemaran.