WIMBLEDON (NI UNA PALABRA MÁS, 2013)



Soñó que aquella conversación era como un formidable partido de tenis en la hierba de Wimbledon. Soñó que era la final de Wimbledon. Soñó que era entre los dos mejores. Describió los golpes. Describió las subidas y remates, los efectos. La precisión y la estética de aquella conversación. Los contendientes blancos. La similitud entre la esgrima y el partido. Esto último lo borró: le parecía demasiado obvio. De todas maneras, el símil mediocre ya era mejor que aquella otra morralla de la tierra batida, con sus eternos peloteos desde el fondo, el machaque físico de cada punto. La piedra de molino y el sudor. Los grititos. Máximos exponentes, los españoles. Finalizó con la frase “reino de ratas”. Después, dejó de teclear. Giró la silla con las manos hasta ponerla en dirección al cerco sin puerta. La rueda derecha de la silla estaba un poco dura. Chirrió. Antes de dirigirse al salón y palmear para apagar la luz, cerró sesión con una frase que  escuchó perfectamente el ordenador.

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