CUENTO CINEMATÓFAGO SOBRE TAMBORES DE HOJALATA (TETRA NAVIDEÑA)



Teniendo 7 años y siendo ya el encargado en clase de apuntar en la pizarra a los alumnos que no guardaban la compostura adecuada las veces que doña Eloísa se tenía que ausentar por algo que la pasaba debajo de un almendro, vi a los Reyes Magos. Y no es que me quedase esperando a que viniesen, que quede claro. Fue algo, digamos, fortuito y que, en el fondo, visto ahora, tiene cierta gracia, no sé…. ¿poética? El caso es que tenía 7 años y me había levantado a mear porque me había bebido la leche que dejó mi madre para los camellos. Lo había hecho yo a modo de mofa por esta farsa de los Reyes Magos, en la que nunca llegué a creer, pues siempre supe que era el esfuerzo de mis padres por ofrecerme la mejor mierda que pudieran conseguir con sus ridículos y mal pagados trabajos. El caso es que me había puesto morado y me entraron ganas de orinar a las tantas. Mientras bajaba al baño, desde la escalera, los vi. Los Reyes Magos. Los Tres Reyes Magos de Oriente. Tres fantasmas muy tristes, escuálidos, andrajosos en sus vestimentas regias, atados por los pies entre ellos por una cadena de plata, que con triste ceremonia, dejaron sobre mis zapatillas vacías oro, incienso y mirra. Luego se fueron, se difuminaron en la oscuridad del salón, abriendo mucho las bocas y los ojos mientras desaparecían al mismo tiempo que echaban a caminar. Todo en el más absoluto silencio. Luego bajaron mis padres. Había pasado como una hora y yo ya estaba en la cama, pegando la oreja y fingiendo que dormía. Oí el ruido de bolsas y el llenarse de vasos y el crujir de papel de regalo. Cuando bajamos a la mañana siguiente desenvolví un coche teledirigido, un airgamboy y un plumier.