LAS UVAS - NI UNA PALABRA MÁS (TETRA NAVIDEÑA)



Una por una, va preparando con sumo cuidado cada una de las uvas, dejándolas después organizadas en docenas, cada una dentro de un pequeño cuenco de cristal. Los mismos 16 cuencos de cristal en los que había comido las uvas cada Nochevieja desde que recordaba haberlo hecho. Aunque no siempre habían sido necesarios los 16, nunca habían hecho falta más de 16 cuencos para tomar las uvas cada año. Lo había comentado con su hermana esa misma mañana, mientras los sacaban de la caja en la que pasaban el resto del año cogiendo polvo en el armario de su piso en la ciudad. Se guardó para ella que esa caja con los cuencos de cristal era como una forma de obligarla a asistir cada año a la casa familiar y que su hermana había previsto desde el día que, en el reparto, la endilgó la caja de los cuencos, junto a las otras cosas pertenecientes a la larga lista de fantasmas de una familia enraizada en el pueblo como la suya. Y así había funcionado cada año el efecto retorno de la caja de los cuencos para las uvas de Nochevieja. Hasta este marzo, que tuvo que volverse a aquella casa del pueblo en la calle Jacintos, junto a la almazara, ya que tenía que seguir con lo del juicio y los gastos para poder cobrar lo que la debían (porque se lo debían) y por fin poder recuperar la vida de escultora postpunk que había dejado aparcada hacía 17 años por un traje de dos piezas gris marengo y un portátil.

Su hermana, que ostentaba el cargo de Memorión familiar, había estado de acuerdo con ella en el comentario que en el párrafo anterior nuestra protagonista había hecho sobre la longevidad y el número de cuencos de cristal, y dijo: Salvo el año del disgusto del idiota de tu hermano que fuimos 8, los demás años siempre entre 14 y 16. No siempre familia-familia, pero siempre, por hache o por be, entre 14 y 16. Había sentenciado esa mañana, tiesa sobre la silla, después de haberlo pensado unos 45 segundos.

Volviendo a la cocina, nuestra protagonista, seguía de espaldas, preparando los cuencos de uvas. Preparaba y pensaba en la imagen que debía ofrecer su hermana con el brazo escayolado y el collarín delante suyo haciendo otra disertación tan exacta y enérgica como la de la mañana. Se sonrío porque le pareció de lo más ridícula. Ay, la pobre! mira que haberse caído “de una silla” justo una semana antes de la gran cena de Nochevieja! Justo el día de su aniversario, el 28! De una silla, la pobre, en plena noche, qué mala pata…. Y venga a intentar desde su silla organizarlo todo, estar a todo… a su Carlines y su Andresín sobretodo – a ella. Incluso escayolada y con el collarín, la pobre. Pero no le extrañaba, ya que su hermana siempre lo organizaba todo. Sobre todo desde que Madre empezó a perder la cabeza. Sin darse la vuelta y sin dejar de preparar las uvas piensa en la pobre hermana ahí, como un muñeco de esos de goma que tenían alambre por dentro y se quedaban tiesos en cualquier postura, pata pa acá, brazo pa allá. Se da la vuelta y lo que ve es como un murgaño de escayola con la cabeza erguida coronada por un pelo fosco, tupido, gris y abultado que le da el aspecto de una de esas figuras de los griegos… una de esas cariátides, o una de esas vestales, o no, ya está, ya está: la Esfinge de Edipo!…. Bueno, el caso es que la pobre intentaba desde la silla seguir organizando la cena, como había hecho siempre. Organizar la cena, y muchas cosas más.

Con sumo cuidado, termina de preparar la última uva. Venga, te llevo al salón que esto ya está. No te preocupes que ya he preparado todo….. Las de Carlines también, no te preocupes, que esas van peladas y sin pipa y las de Andresín en papel albal, como dice su religión. No me he olvidado tampoco de las de Elenita ¿muy maja, no? Y las tuyas, bien grandes, que me han dicho que dan suerte, hermana, y este año verás que todo va a irte mucho mejor.

¿Mejor? Mejor de qué? no me hace falta. Yo lo que quiero es salud para que mi Carlines y mi Andresín sigan tan bien como están ahora, colocados en el banco y ahorrando para cuando vengan las gangas y que no les pase como a ti, que mira ahora, viviendo en esta casa llena de humedades, teniendo que pagar todavía el crédito que te dije cien veces que mejor te lo dejaba yo y tú que no querías tenerme que deber nada y tal y pascual, y mira ahora, en esta casa tan vieja y con todas esas cosas de madre y de abuela y la dote y los vestidos de la tía Encarnación, que son de antes de la guerra y que nos lo dejaron cuando se la llevaron a la clínica. ¿Te acuerdas?¿Te acuerdas de lo que nos contaba Madre? Que la tía Encarnación salía a la calle del Barranco a pasear los domingos después de misa, engalanada con todo el copete de los viejos trajes que trajo su difunto de ultramar, con el carrito de bebés tan bonito, del siglo diecinueve por lo menos…. Ella que todo el mundo sabía que no podía tener hijos por lo de su marido. Y en el carrito metía a los cochinos chicos, y los ponía lazos y la gente se para a mirar, acercaban el hocico y luego salían escopetados, dando un estufío…. Vamos que aquí tú no te vas a poder quedar mucho, que eres muy aprensiva y las dos sabemos que te pasa a ti con esta casa, porque….

Coge por las asas la silla de la hermana que no deja de hacer apreciaciones , y la gira para ponerla en dirección al pasillo oscuro, cuya luz amarilla al final, anuncia el salón en el que están los otros 14 comensales. Mientras empuja la silla y asiente ante los comentarios de la hermana, que se van quedando como alimañas agarradas a la oscuridad del pasillo, le da una especie de sacudida cervical que le hace ponerse tiesa y apretar las quijadas hasta rechinar los dientes. Es miedo, pero a pesar del impacto, y después del pequeño trance, se recompone.

¿Te pasa algo, niña? porque parece que te ha picado un arraclán. ¿Te acuerdas cuando yo maté uno así de grande, negro, que se te había subido a la mano y te iba a picar? Eh? Tú estabas como paralizada, si no llega a ser por mí, te mata allí mismo. Claro, que al final el que murió fue él, no te jode

Empuja la silla y piensa en Orfeo, un escorpión disecado dentro de un tintero que le regaló su primer novio y que la hermana machacó con una pala la misma noche de verano en que Ignacio se lo regaló.

Por fin llegan al salón de caliente luz amarilla. Todos aplauden la llegada de la Esfinge y el pestazo a laca hace que algunas de las velas del centro de la mesa aviven su llama. Se enredan en la conversación con los demás. Pasa el tiempo. Se espera hasta servir el segundo plato, un guiso de pulpo, tradición familiar desde que el difunto marido de la Encarnación se vino de las Américas; un plato celebrado con aprobación y escándalo por los comensales más adultos, achispados en su mayoría gracias al trasiego de vinos; tinto duro de la tierra, después de los rosados y blancos espumosos que habían acompañado desde el principio la cena, como una hora larga antes de que ésta realmente empezara a servirse sobre los manteles. De la parte de comensales que, por su edad no habían participado del culto a Saturno, no había problema: la nueva novia Andresín los tenía muy entretenidos en la mesa redonda donde los había apartado para poder controlarlos mejor. La chica hacía méritos y algo en sus ojos, le había dado la sensación al verla por primera vez, la hacía perfecta para estar allí hoy.

Volvemos a la cocina. Ahora está ella sola en esta cocina grande, suya y ajena, a pesar de haber crecido en ella y llevar allí viviendo desde marzo. Ajena y desordenada, debido al trasiego de la última cena del año y su falta de maña para preparar una cena para 16, sin más ayuda que la de una Pepita Grillada, parapléjica obsesiva y con cabeza de Esfinge. Se acerca a los cuencos que tiene ordenados en la encimera y se percata que todo el mundo desde la distancia está ocupado en el salón. Con el sumo cuidado que dan unas manos expertas, va inyectando en cada uva el contenido de todos estos años, inodoro, incoloro e insípido, con el que se iba a solucionar todo, trayendo suerte y descanso para todos, que por fin podrían quedarse junto al resto de familiares en la casa, como había pedido Madre en su lecho de muerte, cosa a la que, por supuesto, su hermana se negó.